sábado, 22 de febrero de 2014

Lo que una madre puede hacer por su hija



En un gran terremoto que hubo en una provincia soviética, se derrumbaron cientos de edificios y murieron más de cincuenta mil personas.

Era el invierno de 1998. Una mujer llamada Susana, fue a probarle un vestido a su hija Gina; estaban en el departamento de la costurera, cuando comenzó el terremoto, la pequeña se había quitado la ropa. Se escucharon tronidos de cristales y fuertes golpes. La estructura de concreto comenzó a crujir. Susana alcanzó a Gina para protegerla de los muebles que estaban desplomándose. Todos gritaban aterrorizados, de repente, el piso se fracturo, como una hoja de papel. Susana y su hija cayeron por el agujero. El edificio de nueve pisos se desplomo en unos segundos. Nadie alcanzó a salir, mucha gente murió aplastada bajo una montaña de concreto, vidrios y varillas de metal. A cincuenta centímetros sobre Susana y Gina quedo una losa de cemento detenida por algunas piedras. Gina estaba ilesa y podía moverse en una pequeña área. Susana quedo acostada de espaldas. Tenía una viga muy cerca de la cara que le impedía levantarse. Se corto la corriente eléctrica. Debajo de ese cerro de escombros todo era obscuridad. Se escuchaban los gritos ahogados de personas pidiendo auxilio.

- "Mamá" - dijo Gina llorando, - "estoy muy asustada"

Susana contesto:

- "Acércate hija, ¿Te duele algo?"

La niña de cuatro años, se acurruco contra el cuerpo de su madre. no dejaba de llorar.

El ambiente estaba helado y Gina desnuda, Susana, haciendo un gran esfuerzo, moviéndose apenas, logró después de mucho tiempo, quitarse su ropa, y se la dio a la pequeña.

- "Mamá" - dijo Gina - "Tengo mucha sed"

La obscuridad y el frío congelante le impedían explorar lo que había cerca. Aún así, estiro los brazos y tanteó a su alrededor. Encontró un pequeño frasco de mayonesa. Lo abrió y se lo dio a la niña. Eso le calmo la sed y el hambre por el momento. Susana sabía que iba a morir, pero deseaba que su hija viviera, por eso, no tomo para ella ni una pizca de la mayonesa.

Pasaron las horas. El frío se colaba por entre el cascajo en leves corrientes pero, a veces, el aire dejaba de fluir y el ambiente se congelaba. Faltaba oxígeno.

- "Procura no moverte hija" - le dijo Susana - " si puedes, duérmete"

- "Mamá tengo sed"

Susana volvió a buscar con sus manos. No había nada más que pudiera comerse o beberse.

Perdieron la noción del tiempo. La madre comenzó a sufrir pesadillas. Se imaginaba que estaba en el ártico, extraviada entre las nieves perpetuas, desfalleciendo. el hambre y el frío la despertaban y volvía a la realidad, Tenía la piel entumida y la boca seca. Escuchaba entre nubes la voz de su hija que cada vez sonaba más débil.

- "Mamá tengo mucha sed"

Había pasado dos días y dos noches. Susana tuvo un pensamiento claro: si no hacía algo pronto su hijita moriría. Estaba desesperada. ¿Qué podía hacer para salvarla? La niña necesitaba un liquido caliente, pronto... Guardo el aliento y un estremecimiento le recorrió la piel al razonar que contaba con ese líquido; su propia sangre. Sin pensarlo dos veces, buscó el frasco de mayonesa vació y lo rompió. Tomó uno de los cristales y se corto el dedo. Se lo ofreció a la niña. Gina lo chupo con gran desesperación.

- "Más Mamá" - dijo la pequeña, "Dame, más..."

Susana volvió a cortarse, la sangre salió de nuevo y su hija pudo beber. Perdió la noción de cuantas veces se corto, pero Gina estuvo bebiendo de la sangre de su madre durante los siguientes días. Cuando, al fin, la brigada de rescate pudo levantar todas las piedras que las cubrían, hallaron a una mujer moribunda y una niña que aún respiraba... Las llevaron a un hospital. Estuvieron muy graves, pero sobrevivieron. Fue un verdadero milagro. Lo dramático del caso es que la madre compartió con la niña su propio aliento de vida para salvarla.


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